Sobre el difícil arte de revisar traducciones

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Recientemente, nuestra colega Isabel García Cutillas publicaba en su blog un artículo titulado «Cuando el revisor, en lugar de corregir, destroza». Cuando lo leímos, nos llamó muchísimo la atención, pues venía a poner el dedo en la llaga sobre un asunto que, a nuestro juicio, parece haberse generalizado: críticas injustificadas y sobrecorrecciones por parte de revisores.

Es innegable que todos cometemos errores, todos nos equivocamos y a ninguno nos gusta ser objeto de crítica, mucho menos cuando la crítica es negativa; cuando la crítica tiene, además, una finalidad destructiva, la situación resulta muchísimo más desagradable.

Según nos comentan muchos compañeros y a juzgar por algunas experiencias recientes vividas por los que aquí redactan, la tarea de la revisión parece haber dado pie a una suerte de piratería —como lo denomina un compañero— consistente en criticar al traductor con el objetivo, en unos casos, de conseguir más encargos por parte de ese cliente y, en otros casos, de justificar la factura de la revisión y demostrar que se ha trabajado en el texto. No es posible que las correcciones indebidas e injustificadas se deban a que los revisores son cada vez peores; nos negamos a creerlo. Ahora bien, sea por el motivo que sea, observamos una creciente crispación entre traductores y revisores a consecuencia de revisiones excesivas o desproporcionadas. Este hecho provoca, en el peor de los casos, la pérdida de clientes para el traductor o para el corrector, así como la pérdida de credibilidad por parte de aquel que queda en evidencia. En el mejor de los casos, este hecho deriva en la pérdida de un tiempo valiosísimo que hay que dedicar a justificar si tal o cual corrección procede o no.

Digámoslo claro: revisar y corregir es sumamente difícil. Además, tal y como comenta Isabel García Cutillas, esta tarea puede resultar sumamente enriquecedora tanto para el traductor como para el revisor, pues ambas partes aprenden diversas formas de expresar un mismo mensaje y también consiguen pulir ciertos errores o conocer normas gramaticales, ortográficas o estilísticas que hasta el momento se desconocían. De hecho, quién no ha descubierto estar equivocado tras ver su propio texto corregido o cuando se disponía señalar un supuesto error en el texto de otro.

Ante todo, debe tenerse en cuenta que revisar no es reescribir el texto y, sobre todo, que la revisión y la corrección debe justificarse y aplicarse a errores objetivos. Somos muchos los que hemos recibido en los últimos tiempos documentos plagados de cambios que parecían más propios de una demostración de conocimientos sobre sinonimia que de una revisión propiamente dicha. Es muy probable que, en la búsqueda de sinónimos —la sinonimia absoluta rara vez existe—, el revisor emplee términos poco precisos en la materia sobre la que se corrige.

Dicho esto, dado que esta nota no pretende cargar las tintas contra los revisores —al final todos trabajamos de revisores en algún momento— y, repetimos, dado que todos nos equivocamos y nadie es poseedor de la verdad absoluta, pretendemos ofrecer una muy humilde guía con la cual orientar y orientarnos a la hora de acometer revisiones de traducciones.

Antes de decidirnos a redactar este artículo, hemos reflexionado mucho sobre esta problemática; lo primero que hemos tenido en cuenta es que, si bien es probable que nos hayan enseñado a redactar y a corregir textos en nuestro propio idioma, nadie nos ha enseñado a corregir las traducciones de terceros, una circunstancia que podría justificar la tentación de querer reescribir el texto a nuestra manera. Si a ello añadimos que todos tenemos nuestros egos, nuestras preferencias y nuestras manías, podemos vernos en una encrucijada ciertamente difícil.

Mientras decidíamos si redactar o no este artículo —quizá como forma de desahogo—, hemos acometido una labor de búsqueda y hemos descubierto, entre muchas reflexiones individuales, dos obras que merecen toda nuestra atención: el Manual de revisión de la Comisión Europea y la obra de Brian Mossop, Revising and Editing for Translators, publicado por St. Jerome.

Ambas obras de referencia hacen hincapié en dos conceptos: la objetividad de las revisiones y la necesidad de contar con una justificación razonada que respalde cada cambio. Tal y como hemos mencionado, a la hora de revisar, conviene estar bien pertrechado de obras de referencia con las que argumentar si una oración está mal construida, si una preposición es incorrecta, si un término está mal traducido porque es un falso amigo o si la puntuación es errónea y puede provocar malentendidos. Así pues, disponer de diccionarios, gramáticas, libros de ortografía y ortotipografía, manuales de estilo y otras obras de consulta es fundamental —más bien obligatorio— para quien corrige.

Según la obra de Mossop, que recomendamos encarecidamente, el revisor debe detectar diversos tipos de problemas en un texto:

  1. La exactitud y la integridad del texto. Aunque parezca una perogrullada, para revisar una traducción hay que tener a mano, en todo momento, el documento original. De lo contrario, se pueden cometer errores imperdonables e injustificables.
  1. Gramática, ortografía, ortotipografía. Puede parecer también una obviedad. Sin embargo, no siempre todo lo que parece ser un error gramatical, ortográfico y ortotipográfico lo es. Por ello, hay que contar con fuentes de referencia en las que consultar en todo momento si aquello que creemos incorrecto es aceptable, optativo o incluso preferible.
  1. Coherencia y cohesión. Estos dos principios básicos que debe reunir todo texto a menudo se pasan por alto. Conseguir coherencia y cohesión o —expresado de otra forma— lógica y fluidez textual no solo tiene que ver con la traducción. Algunos idiomas como el inglés son parcos en marcadores discursivos y, por mucho que no figuren explícitamente en el original, el traductor debe sacarlos a la luz para que así la traducción resulte menos exótica y resulte más natural y más fluida desde el punto de vista lingüístico.
  1. Adecuación, registro y terminología específica. A la hora de revisar un texto, conviene saber si la traducción cumple o no con el objetivo para el que se tradujo. Por ello, es fundamental conocer quién va a utilizar la traducción, a quién está destinada, con qué finalidad, qué registro se pretende utilizar y si existe una terminología específica que respetar. Por ello, antes de siquiera empezar a revisar, es necesario estudiar a fondo cualesquiera guías de estilo, glosarios, instrucciones o recomendaciones que el cliente utilice.
  1.  Estilo. Esta característica puede resultar sumamente subjetiva en algunos casos; así pues, si las características antes descritas no resultan un problema grave en el texto, alegar cuestiones de estilo para argumentar la reescritura de una traducción puede ser una justificación sumamente débil. Es más, si se considera que un documento tiene errores de estilo por los que la traducción debe reescribirse, es preferible devolver el documento al cliente o intermediario y señalar los motivos.

Dicho esto, nos gustaría reproducir los principios sobre revisión que la Comisión Europea enumera en el ya citado Manual de revisión:

1.    Partir de la presunción de buena calidad de la traducción.

2.    Dedicar a la revisión un esfuerzo proporcional a la importancia del texto.

3.    No dudar en rechazar toda traducción que considere muy deficiente.

4.    No reescribir una traducción.

5.    No erigir en norma sus preferencias personales.

6.    Intervenir siempre que, entendiendo el original, no entienda la traducción.

7.    Considerar que cuantos menos cambios introduzca, mejor.

8.    Argumentar mediante referencias a fuentes concretas toda corrección que no

se justifique por sí misma.

9.    Asegurarse de la pertinencia de sus correcciones.

10.  Señalar los casos dudosos.

11.  Entender que el diálogo con el traductor es fundamental.

12.  Considerar  siempre  la  revisión  como  un  acto  de  aprendizaje,  tanto  para  el

revisor como para el traductor.

13.  La responsabilidad de toda traducción es del Departamento en su conjunto. La

autoría  de  una  traducción  corresponde  al  traductor  y  la  labor  del  revisor  es

complementaria.

Si se siguen estos principios, la tarea de revisar traducciones y de recibir nuestras propias traducciones corregidas se convertirá en una enriquecedora experiencia para ambas partes.

Antes de citar varias obras que consideramos imprescindibles para acometer las revisiones con garantías de éxito, nos parece oportuno recomendar la lectura de un interesante artículo al respecto de Ramón Garrido Nombela en la revista Punto y Coma.

Por último, como obras de referencia a las que acudir a la hora de revisar, si bien esta lista no es exhaustiva y se admiten sugerencias, nos gustaría enumerar las siguientes:

  • Guías de estilo y glosarios propios del cliente.
  • Diccionarios especializados de referencia de la materia en cuestión
  • Diccionario de la Real Academia Española (DRAE)
  • Diccionario Panhispánico de Dudas
  • Nueva gramática de la lengua española
  • Nueva ortografía de la lengua española
  • Fundéu
  • Manual de estilo de la lengua española, de José Martínez de Sousa
  • Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas, de José Martínez de Sousa
  • Tipografía y notaciones científicas, de Javier Bezos
  • Manual del español correcto, de Leonardo Gómez Torrego

Para finalizar, esperamos que esta aportación resulte útil y expresamos nuestro agradecimiento a Isabel García Cutillas por su apoyo, así como a todos los colegas que han inspirado este artículo.

Muchas gracias.

Saludos desde Canarias.

Redactado con la colaboración de mi socia, Fabienne Kelbel, traductora alemán – español, especializada en traducción jurídica y técnica.

20 comentarios sobre “Sobre el difícil arte de revisar traducciones

  1. Brillante entrada, de principio a fin. Me permito tan solo un pequeño comentario: prácticamente, el DPD quedó anticuado en el momento en que la RAE publicó su Ortografía. Hay muchos puntos en esta que corrigen a la obra anterior, y consultar ambas referencias puede llevar a veces a la desesperación…

    1. Muchas gracias por tu comentario y tu oportuna aportación.

      En efecto, como bien comentas, el DPD ha quedado obsoleto en algunas cuestiones. Sin embargo, consideramos que puede seguir siendo una obra de referencia en relación con algunas variedades dialectales. También es cierto que la batalla entre la todopoderosa RAE y otros autores como Martínez de Sousa puede llevarnos a discusiones interminables. Sin embargo, lo importante es, a nuestro modo de ver, que las revisiones se hagan con una justificación que respalde tanto la traducción como la revisión. Es decir, que debemos desterrar el «a mí me parece que así está mejor».

      Muchas gracias nuevamente.
      Abrazos desde Canarias

      1. Totalmente de acuerdo. Y como dice Sergio más abajo, «lo de ser capaz de aportar fuentes y argumentos que respalden las decisiones puede extrapolarse a la perfección en la traducción».
        Saludos a los dos,
        Paula

  2. Me ha encantado, Tenesor. Aparte del rigor y la propiedad de costumbre, la referencia a Vicente Marrero sobre la sinonimia me ha ganado del todo.

    Sobre la cuestión que planteas, me temo que ese trato que debería haber entre el revisor y el traductor es más la excepción que la norma. Y no debería ser así. Se trata de dos profesionales que están en el mismo bando; uno que tiene el objetivo de producir textos de calidad para los lectores. Sin embargo, parece que, ya sea por cuestiones de inaccesibilidad o por esa arrogancia a la que aludes (a fin de cuentas, los verbos «corregir» y «revisar» tienen en sus cimientos una esencia jerárquica muy velada), ambos profesionales a menudo entran en el juego de la crispación.

    En mi caso, por ejemplo, he visto que en las correcciones me han introducido errores de estilo, pragmáticos y otros que atentan contra la coherencia del texto (los más graves). No obstante, también es cierto que me han introducido cambios que mejoran mi traducción o pulen errores que habían escapado de la criba revisora de un servidor. Lo ideal sería, como bien dices, que hubiera diálogo, aunque en un mundo en el que la frase «para ayer, por favor» adquiere el estatus de mantra dicho consenso resulta «molesto» para los interesados.

    Por cierto, y ya para acabar, lo de ser capaz de aportar fuentes y argumentos que respalden las decisiones puede extrapolarse a la perfección en la traducción.

    Te felicito por la entrada.

    Un saludo,

    Sergio

    1. Estimado compañero:

      Nos ha hecho mucha gracia que hayas advertido entre todo el texto una acotación cuya autoría es indiscutible para los que estudiamos en la ULPGC.

      Con respecto a lo que comentas, hemos observado últimamente un recrudecimiento de una relación que siempre ha sido tensa. Nos comentan algunos que, en estos tiempos de crisis, hay quienes solo encuentran la manera de conseguir más clientes a través de la crítica fácil y la queja injustificada. También están quienes, para justificar la factura, cambian sinónimos de términos comunes pero no se atreven con los especializados. La casuística es amplia. Sea como sea, lo cierto es que, de la misma manera que hemos observado traducciones bastante mejorables —en Twitter encontramos ejemplos a diario—, también observamos revisiones innecesarias que solo provocan pérdidas de tiempo y discusiones absurdas.

      Ahora bien, también es cierto que, en ocasiones, ni siquiera el cliente sabe qué es lo que tiene que revisar o corregir el revisor. Parece no haber criterios asentados y tampoco se nos enseña qué se debe corregir o modificar y qué no. Por ello, tanto los principios del manual de la CE como el libro de Massop nos parecen absolutamente imprescindibles en esta tarea. De hecho, entre lo mucho que hemos encontrado sobre revisiones —hay información para aburrir—, estas dos obras destacaban por encima del resto.

      Muchas gracias por tu aportación.
      Saludos desde el sureste de Gran Canaria

  3. Con casi cuarenta años de traductor y revisor a cuestas, he estado muchas veces a uno y otro lados de la barrera. Como traductor, alguna vez una «revisora» improvisada metió concienzudamente en mi versión todos los anglicismos que había yo evitado. Recuerdo uno en particular: donde yo había puesto que tal parecía que los comerciantes no deberían lucrar con algo, la señora puso «no estaban supuestos a» (were not supposed to).

    En otra ocasión, todo un manual de laboratorio fue modificado para sustituir las instrucciones, que yo había redactado en segunda persona, por la anticuada y fatigosa perífrasis con el verbo en forma impersonal. Así, en vez de: Vierta 10 ml de la sustancia problema en un tubo de ensayo, el corrector puso: Viértanse en un tubo de ensayo… Y estas instrucciones aparecían por centenares. Cambio innecesario y costoso en muchos aspectos.

    Ahora bien, como revisor no acostumbro cambiar mucho y procuro hacer concesiones al traductor si su trabajo es bueno. Pero a veces el traductor ignora lo que hay detrás de la revisión y protesta. Por ejemplo, en un documento muy técnico sobre vacunas que formaba parte de una serie, tuve que hacer muchos cambios para mantener la coherencia terminológica y de estilo con el resto de la serie (amén de corregir algunos errores conceptuales). El «exceso» de correcciones mías tenía un fundamento sólido. En retrospectiva, sin embargo, debí haber devuelto la traducción para que la colaboradora arreglara esos aspectos. A final de cuentas, hice una parte de su trabajo.

    Pero incluso el cambio de un «sin embargo» por un «no obstante» a veces tiene su razón de ser, aunque al traductor le parezca superfluo. Por ejemplo, para evitar la monotonía o porque en la frase una expresion suena mejor que la otra.

    En suma, el traductor, sobre todo si empieza en la carrera o no conoce el tema, debe informarse de todo lo que rodea a un encargo y pedir cuantas indicaciones o aclaraciones sean necesarias. Y ser lo bastante honrado para reconocer cuando ha metido la pata o cuando el revisor introduce modificaciones que mejoran el texto. Si uno no firma el trabajo, tiene que aceptar que la traducción es una labor de equipo, anónima, y en última instancia quien responde por la calidad del producto final es el revisor.

    Gustavo A. Silva

    1. Estimadísimo Gustavo:

      Ayer me emocionaba al recibir un mensaje de Fernando Navarro a propósito de mi reciente colaboración en Panacea y hoy me ocurre lo mismo al recibir esta opinión tuya. Muchísimas gracias por dedicar un huequito de tu tiempo a ofrecernos una opinión muy útil.

      Sinceramente, al leer la opinión, solo puedo decir que es para enmarcar. Y no lo digo para adular. Me parece muy útil todo lo que comentas y, de hecho, los ejemplos citados son exactamente algunos de los motivos por los que hemos redactado este artículo.

      Es cierto que, en ocasiones, hay términos que, aunque parecen ser sinónimos, existen matices que obligan a elegir un término u otro. Sin embargo, estas son cuestiones que resultan a menudo objetivas y demostrables. También, como bien indicas, por mucho que «sin embargo» exprese lo mismo que «no obstante», el contexto y principios textuales como la coherencia y la cohesión podrían exigir el uso de un sinónimo. Sin embargo, también existen categorías en las revisiones. Es probable que, en el caso de los términos, remitir una queja al responsable del proyecto pueda estar justificado, dado que indica que se han obviado matices que pueden ser importantes. En el caso del marcador discursivo, quejarse de un traductor o de un revisor pueda resultar exagerado.

      Como bien expresas en tu comentario, tanto traductor como revisor deben tener fundamentos sólidos. «A mí me gusta más así» no puede ser el criterio. De la misma manera, cuando se revisan traducciones, hay que tener el original al lado. Recientemente, traduje varios documentos sobre los distintos tipos de malnutrición: desnutrición y sobrenutrición. Cuál fue mi sorpresa al recibir el documento y ver que «sobrenutrición» había mutado a «sobre nutrición» (about nutrition). Soy consciente de que, en el ámbito de la traducción médica, a pesar de tener varios años de experiencia, me queda aún mucho camino por recorrer y mucho por aprender, por lo que trato de ir siempre con pies de plomo. Sin embargo, es desalentador experimentar situaciones como esta.

      Muchas gracias nuevamente por tu contribución y espero que algún día me cuentes tu opinión sobre el título de este blog.

      Abrazos desde Canarias, compañero.

    1. Gracias a ti, Isabel. Sabes que tu blog es una referencia y contar con tu opinión era muy importante para nosotros.

      Muchas gracias por tu apoyo.
      Abrazos.

  4. Una entrada loable, creo que aúna a la perfección el sentimiento generalizado entre los traductores profesionales a la par que propone consejos prácticos que todos podemos y debemos aplicar cuando tengamos que enfrentarnos a la revisión de una traducción. Hace poco pasé por una experiencia de los más frustrante con una de mis traducciones, tanto que estaba esperando que se me pasara la cólera para escribir sobre lo tikismikis que pueden ponerse, sin motivo los revisores. Pero creo que el artículo resume a la perfección mi sentimiento y el de muchos. Enhorabuena

    1. Hola, María:

      El motivo por el que hemos escrito este artículo no es otro que los numerosos comentarios que hemos escuchado durante los últimos dos años sobre este asunto. Hemos pretendido ofrecer consejos prácticos que puedan servir tanto a traductores como revisores.

      Esperamos que puedan ser de provecho para todos.
      Gacias por el comentario.

      Saludos

  5. Totalmente de acuerdo con los consejos proporcionados a la hora de enfrentarnos a una revisión, faltaba una entrada sobre este tema en el mundillo de los blogs traductoriles, dado que se suele tratar bastante poco en las universidades.

    Si bien es cierto que trabajo mucho más en el ámbito de la traducción y la interpretación, de vez en cuando reviso documentos jurídicos (mi especialidad) y el panorama con el que me he encontrado ha sido muy variopinto (desde tener que rehacer un texto completo y recomendar una «retraducción» hasta textos prácticamente impecables).

    En cualquier caso, los traductores (y creo que las personas, en general) no tendemos a recibir excesivamente bien las críticas o cambios de terceros. Por eso es fundamental no cambiar nada si no tenemos una argumentación adecuada. Hay que hablar siempre con conocimiento de causa y usar el tono apropiado. Y lo digo porque también me he encontrado al otro lado: mis traducciones son frecuentemente revisadas y muchas veces me ha servido para aprender, pero es cierto que tardé cierto tiempo en «asimilar» algunas de las preferencias de los revisores, y, en otros, el corrector se limitó a cambiar todas y cada una de las palabras. Como bien dice el compañero, la sutileza entre un «sin embargo» y un «no obstante» puede ser suficiente para justificar un cambio, siempre que no sea algo constante y sin razón de ser.

    Mi moraleja es que hay que saber distinguir muy bien cuándo el revisor actúa justificadamente y cuándo lo hace con fines de lucro propio, para fundamentar su factura a final de mes o recibir más trabajos. Por eso es tan importante tomar decisiones razonadas al traducir y no poner el primer término que se nos pasa por la cabeza o encontramos en el diccionario (y podría poneros un sinfín de ejemplos de elecciones aberrantes). Y, sobre todo, no aceptar trabajos para los que no estemos cualificados. Los clientes buscan a un profesional en quien confiar y la honestidad es una cualidad altamente apreciada.

  6. Me parece muy interesante todo lo que aquí se aborda, yo también reviso textos y a pesar de la experiencia que uno pueda ya tener, siempre hay cosas nuevas que sorprenden y de alguna extraña forma nos hacen volver los pasos y reestructurar la forma en que revisamos y corregimos. Siempre es bueno darnos cuenta que día a día hay muchas cosas que no sabíamos y que hemos de aprender. Muchas gracias por compartir sus experiencias y tips.

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