
Hace muchos años publiqué un artículo con mi propuesta para revisar mis propias traducciones. Desde aquella época, los pasos que sigo apenas han cambiado, pero sí he empezado a emplear otras herramientas que me resultan útiles y que me permiten ahorrar papel, tinta y tiempo y, además, me ayudan a detectar mejor mis propios errores. Dado que varias personas me han preguntado últimamente cómo lo hago, he aquí mi método.
Tras terminar de traducir un documento y haber seguido los pasos que indicaba en el artículo antes citado, para leer el documento en su versión casi definitiva y detectar esos errores ocultos, hasta hace no mucho solía imprimir el documento para acometer la revisión final sobre el papel. Lo había hecho alguna vez en el iPad, pero no me terminaba de convencer, tal vez por la luz que emite el fondo blanco de los documentos. El modo noche me parecía aún peor.
Durante un tiempo tuve la sensación de que Remarkable 2 podría ser una opción interesante para la labor de revisión, puesto que se trata de una libreta de tinta electrónica. Sin embargo, tras analizar sus aplicaciones —limitadas—, su coste por suscripción y el coste general del aparato, me di cuenta de que sería excesivamente caro e innecesario: su precio, sin el modelo de suscripción, es tan elevado como un iPad con su lápiz, un aparato del que ya disponía y al que quizás no le estaba sacando todo el partido que podría.
Imagino que muchas personas se preguntarán por qué no sigo imprimiendo los documentos; para la tableta se necesita electricidad, lo cual tampoco es una opción muy respetuosa con el medio ambiente. El motivo no es solo ahorrar papel y tinta —y la electricidad de la impresora—, sino también por la comodidad que supone poder consultar fuentes, diccionarios, documentos y otros recursos en internet en un único lugar; en ocasiones, revisar en papel lejos del ordenador me obligaba a tomar notas para tener que resolver las dudas más tarde.
Tras descartar la opción de Remarkable, me di cuenta de que lo que verdaderamente me atraía de este aparato era la tinta electrónica y la poca luz que desprende. Dado que no pude encontrar aplicaciones para iPad que emulen la tinta electrónica y permitan escribir notas manuscritas con su lápiz —al menos yo no conozco ninguna—, encontré una solución que me está gustando mucho: aplicaciones con la posibilidad de poner el fondo del documento en color sepia. Por ahora, estoy empleando «Documents», un programa con multitud de funciones con el que puedo tener los documentos sincronizados en varios dispositivos y, además, anotar correcciones sobre ese fondo sepia que emite muchísima menos luz y me ayuda a concentrarme en lo que estoy leyendo. Otra alternativa es «Xodo», disponible tanto para iOs como Android.
Por último, algo que no es en absoluto revolucionario pero que me resulta sumamente útil es cambiar el tamaño y el tipo de fuente y aplicarle un interlineado doble. Dado que normalmente trabajo con Arial o Helvetica, para revisar, utilizo Verdana. Gracias a este cambio de fuente tipográfica consigo detectar errores que antes había pasado por alto.
Soy consciente de que este artículo aporta poca novedad, pero espero que pueda ayudar a alguien a probar un método nuevo de revisar sus propios textos, sacar mayor partido a una tableta infrautilizada y ahorrarse un buen dinero en un dispositivo muy atractivo pero, a mi modo de ver, costoso y tal vez poco práctico.
*No se ha recibido ninguna contraprestación por la publicación de este artículo ni tampoco se alienta a la adquisición de los bienes ni servicios señalados en el artículo.