Hace aproximadamente tres años, uno de mis clientes me preguntó por primera vez si me interesaba hacerme cargo de trabajos de posedición. Mi respuesta fue un no rotundo. Con anterioridad, alguna que otra persona me había llamado para pedirme que corrigiera textos traducidos con traductores automáticos, encargos que rechacé sin dudar, conocedor de lo que probablemente iba a encontrar.
Al margen de todos los errores que provoca la traducción generada por ordenador, que ha supuesto la quiebra de alguna que otra empresa de traducción, soy consciente de que la traducción automática y la posedición han llegado para quedarse: esta modalidad de traducción ha cambiado de forma considerable y los motores de traducción son cada vez más numerosos y potentes. Sin embargo, a pesar de que tengo muy pocos conocimientos sobre posedición y he tratado de informarme todo lo que he podido al respecto, mi decisión es firme. Aunque me reservo el derecho a cambiar de opinión en un futuro, mis motivos son los siguientes:
1. La posedición per se: No puedo negar que la traducción automática ha mejorado mucho y que cada vez hay motores más potentes, que miles de personas alimentan a diario con textos de infinidad de tipos e idiomas. Pese a ello, tengo la sensación de que la tarea de posedición me supone un mayor esfuerzo cognitivo que la traducción. Aunque la traducción requiere a menudo detenerse en un término o en una palabra y dedicarle tiempo a encontrar el equivalente adecuado, la posedición necesita una concentración muchísimo mayor y muchos más descansos; de lo contrario, podemos pasar por alto errores de traducción o dar como buenas opciones que no lo son en absoluto. Al menos a mí me ocurre.
2. Plazos y tarifas: Como ya he dicho, no tengo experiencia ni soy un entendido en posedición. Ahora bien, las veces que me han propuesto este tipo de encargos, los plazos me resultaban ajustadísimos para el número de palabras que había que abordar y, como ya he mencionado, esta tarea requiere, a mi modo de ver, una gran concentración y una mente descansada para poder rendir con solvencia. Si bien a día de hoy no contemplo aceptar este tipo de encargos, las tarifas que me han ofrecido tampoco me suponen un estímulo.
3. Confidencialidad: Una de mis principales inquietudes con respecto a la posedición y, sobre todo, a la traducción automática es la confidencialidad. No sé cuáles son las prácticas que garantizan la confidencialidad de los textos que se vierten en los motores de traducción automática pero prefiero pecar de precavido; fundamentalmente, ni se me ocurre introducir un texto de cualquiera de mis clientes en uno de estos motores. Con independencia del tipo de textos y de información con la que trabaje, lo considero un compromiso con mis clientes.
4. Mis campos de trabajo: Mis ámbitos de trabajo se centran en la traducción especializada jurídica y biosanitaria. Considero que la traducción automática de este tipo de documentos genera textos que precisan de una tarea de revisión y posedición sumamente profunda y concienzuda. Hace unos años, publiqué en Panacea un artículo sobre la polisemia de términos comunes que, sin embargo, se utilizan con sentido especializado en los ámbitos jurídico y médico. Por ejemplo, «claim», además de poder usarse como verbo y sustantivo, puede tener multitud de acepciones en documentos jurídicos (reclamación, demanda, solicitud y alegación, entre otros), en patentes (reivindicación) y en documentos publicitarios y de marketing sanitario (reclamo). Lo mismo podríamos decir de términos aparentemente sencillos como «drug» y «withdrawal». También podríamos pensar en vocablos como «brain», cuya traducción en el ámbito biomédico provoca más de un quebradero de cabeza. Así pues, para la posedición no solo es necesaria una concentración extrema, sino también el dominio del ámbito sobre el que se está poseditando, puesto que dudo mucho sobre la capacidad de los motores de traducción para distinguir contextos y elegir el término más adecuado para cada uno de ellos.
5. Preferencias personales: Además de los motivos anteriores, según un compañero «tengo alma de artesano tecnológico». Nunca he sabido si estar de acuerdo con dicha descripción, pero mi oposición a la traducción automática y la posedición no tiene nada que ver con rechazo a la tecnología, que utilizo a diario, de muy diversas maneras y sin la que ya no sabría vivir. Se trata, sencillamente, de preferencias personales y de decisiones basadas en el modo en que me gusta trabajar, en que creo que soy más productivo y en el que creo que puedo ofrecer un mejor servicio a mis clientes. Se trata, además, de elegir lo que más me estimula a la hora de trabajar, que es traducir.
Saludos